Tan lejos de la cuidad, soy Apolo caminando hacia el ocaso
del sol, errante escapando de las cadenas de Andrómeda, tratando de olvidar a
las malditas lentejuelas.
Mientras las luces se prendían y los cenitales apuntaban la actuación,
yo permanecía atrás del telón, observando el alter ego de mi amor, la faceta
irreal, las dudas de los colores iridiscentes cuales lo hacían deslumbrar y los
tonos negros y grises cuales a mí, me brindaban intranquilidad.
Esa reina dramatizaba mi repulsión; con plataformas de casi veinte
centímetros, esos mismos centímetros, cuando estaba boca abajo lo hacían apretar
los glúteos; con esa peluca afrodisiaca y fucsia que a mi ver era furcia; con
plumas develando a la gallina.
Cuando su último movimiento finalizaba los plausos y gritos
se disparaban, retumbando la tarima; pero la mímica no terminaba, yo continuaba
con la comedia y con prisa lo obligaba a regresar al hombre, a punta pies
hacerlo desechar de ese maquille circense y liberarse de la sotana de monja y
los ligueros de prostituta.
Ahora estoy aquí, muy lejos de la pervertida Mariscal,
recordando al muchacho vivaz, a ese niño inocente nacido para triunfar, a esa
caricatura ridiculizando a nuestro limbo.
Acción tras acción, fue un instantáneo performance, yo era dichoso
de poseer al adonis más atractivo de aquel lugar, de ligar entre el ruido de la
música eléctrica, entre el humo escondiendo los roces colocados en la entrepierna
y la pareja idealiza entre las envidias externas.
Sin darme tiempo de estudiar el guion, él solo me dijo: seré Andrómeda
la artista, la diosa de la noche obscura, y yo pensé: serás la sátira del callejón.
Después de varios meses de acostumbrarme a ver la exageración
de mujer, de desligarme y esperarle en tinieblas que llegase con converse rojos
y jean, para al segundo acto desnudarlo.
Él ya no era el mismo, a cada momento, en cada posición, en
mis hombros no podía soportar la cruz de las piernas de Andrómeda. Y decidí
marcharme, solo pensaba en penetrar a la emperatriz al desván y liberar al apolíneo
del baúl.
Por esa razón me encuentro lejos de las constelaciones y escenarios,
intentando arrancar de mí a la furia de Poseidón.
Aunque intente desprender y matar las estéticas viriles; la
barba de la madrugada, los músculos de su espalda, me fue imposible y regrese a
buscarlo.
Dos calles más abajo donde él hacía su presentación, vislumbré
un travesti buscando un aventón. Portaba un trapo de lentejuelas que apenas lo cubría
el trasero, un cinturón más que carmesí era encarnecido y una peluca rubia del
color de burdel.
Tres pasos más allá alcance a reconocer el lunar de nacimiento
en forma de corazón de la pierna derecha subiéndose al auto plata desmesurado.
Y a debajo de un árbol de tilo esperé a mis miedos me dieran la cara, mi alma caía
con las cenizas del cigarrillo imaginando el servicio sin misericordias que clavaba
la estaca trapera a mi amor.
Andrómeda había encadenado todas mis esperanzas, a la velada
siguiente sin piedad regrese al bulevar, tome al personaje del brazo y sus ojos
lágrimas de despedida de brindó. Yo pude haber aceptado el final, pero jamás aceptaría
el desgaste del dinero fornicador, y comprendí; aquel adonis ya era solo sombras
y fue cuando a la diosa empujé al monstruo de Ceto que se acercaba en cuatro ruedas velozmente.
Lo único que me queda es seguir caminando hasta llegar a dominios de Tritón,
y allí convertirme en Perseo, pera ofrendar joyas e implorar suplicas a Andrómeda
para que me permita amar a mí gran ilusión.
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