CUÁNTAS VECES LA VI MORIR

-Mujer, por fin vienes a mí. Dime: si llegaste a tener libertad... Estás aquí, todavía de pie y yo, acabada. 
Era la desolada ventana de un hospital, encerrando entre los desgastados marcos de madera a la  existencia de dos mujeres, por donde traspasaba el fulgor de las vidas grises y el reflejo de las manos femeniles que lucharon por pertenecer a un mundo cual nunca brindaría luz a la feminidad. 
-Alba, podría darte mi aliento... Ahí está nuestro hijo, qué nunca te mire como una mujer disuelta. 
Cubierta por unas sabanas blancas estaba Magdalena, agonizando acompañada del color más puro junto a la amistad de Alba. En el rincón más obscuro presenciaba esa triste despidida, el pequeño Andresito, de su madre que convalecía frente a la majestuosa beldad de esa presencia, de la otra mujer que por primera vez veía.  
-¿Cuántas veces me viste morir? Tú, querías ser como yo, pero no somos distintas.. ¡solo cuerpos sin realidad! 
Partía Magdalena en medio de los ojos agrestes, con lagrimas mojando a la dura y áspera mirada de la sociedad, Alba dio la mano a Andrés y le dijo: es que esta historia siempre tuvo una débil mujer... 
-Todo comenzó por el estruendoso sonido de una tetera con agua puesta al fuego, ella silbaba fuertemente, ella gritaba... No olvides Andrés que estas mujeres solo queríamos ser la piel de la otra. 
-Fue hace casi diez años y aunque las décadas sigan pasando, no seremos hechas para el poder... 
Mientras Alba buscaba una puerta que le brindará la salida, la escapatoria de no sentir al cuerpo inerte de Magdalena, la solución para silenciar a los conflictos de las mujeres en eco de:  ¿Por qué nosotras no podríamos tomar el control? 
Y por medio de los pasillos sombríos hacia la morgue no se albergaría más que soledad, la misma soledad cuando Alba y Magdalena maldijeron mil veces sus esencias de mujeres. 
Así se unirían ellas, maldiciendo... Y era la violencia, era el identificarse incapaz de tomar decisiones, era la crueldad de nacer como mujer, eran los silencios, era un hombre. 
-Cuántas veces voy aprender a morir, Alba repetía, con dudas por encontrar un nuevo mundo con el niño Andrés y contenta por seguir a la blanca paloma que aún vislumbraba volando por auxilio. 
Al salir de la sala de cuidados intensivos una ráfaga de reminiscencias dio claridad a Alba para dar lugar a los seres pasados, a los sufrimientos llorados y al principio de las mujeres que siempre viven en segundo plano, en lo peor del feminismo.